Cómo sobrevivir a la vuelta al trabajo
Volver al trabajo después del verano no tiene por qué ser un salto al vacío. Septiembre puede ser duro, sí, pero también una oportunidad para reencontrarte contigo misma.
Cada septiembre es como despertarse en otra vida. Un día estás sintiendo la brisa marina y durmiendo sin despertador; al siguiente estás en el metro lleno, con el café frío y la mente revuelta. Eso no es solo cansancio: es un choque emocional real, un "jet lag" interno que no se ve en los relojes, pero que duele igual.
Con los años me he dado cuenta de que lo que más pesa en esa vuelta no es el trabajo en sí. Es el contraste entre la calma del verano y la demanda inesperada de la rutina. No se trata de organizar la agenda al milímetro, sino de encontrar pequeñas formas de ser amable contigo misma mientras todo se acelera. Quizá resonarán contigo, porque no son “tips” perfectos, sino cosas que realmente me han salvado.
- Permitir que la nostalgia exista. Esa pena sutil de que el verano terminó no tiene por qué ser negada. Ha sido mi aliada cuando la comparto con amigas o al mostrar fotos de viajes. La convierto en gratitud, y cambia la mirada por completo.
Estudios señalan que compartir recuerdos al volver ayuda a procesar la transición emocional del descanso al trabajo CogniFit Blog: Brain Health News. - Ir despacio, no correr. Antes intentaba volver con intensidad desde el minuto uno. Hoy dejo que los primeros días fluyan: revisar correos, organizar lo esencial, respirar. Esa pausa evita la frustración que viene cuando quieres ser productiva antes de estar lista.
- Traer un fragmento de verano. Plantas, conchas, canciones, una libreta bonita… Lo que sea que te recuerde esa calma. Incluso estudios sobre los “post-vacation blues” mencionan que mantener rituales agradables extiende los beneficios del descanso Wikipedia+1.
- Respeto por el cuerpo frente a la exigencia. El café no compensa las malas noches ni el cuerpo cansado. Dormir, caminar un poco, comer mejor… algunas veces esos pequeños cuidados tienen más efecto que cualquier intento de “recuperar el tiempo perdido”.
- Crear mini-rituales con intención. Algo tan simple como estrenar una libreta, poner una planta, cambiar la pantalla del móvil por una foto de verano… Es un guiño que dice “puedo decidir cómo será este día”.
- Compartir el regreso. Tomar un café con alguien que entienda lo que estás sintiendo ayuda más que cualquier planning. Hablar de la rutina ayuda a hacerla menos árida, también a ti y a quien te escucha.
- Reorganizar tu espacio para empezar de cero. Hoy dedico unos minutos a ordenar mi escritorio. Es como decir a la mente: “Aquí empieza algo nuevo”. No subestimes lo poderoso que puede ser despejar visualmente el entorno manutan.co.uk.
- Recordar que no necesitamos brillar desde el inicio. En septiembre, “sobrevivir” ya es un logro. Esa frase me acompaña cada año: “No tienes que hacerlo todo hoy”. Es un mantra que reconcilia con la realidad, y convierte la vuelta en un proceso, no un salto mortal.
Recursos útiles si la vuelta te pesa de verdad
- La organización Mind ofrece ideas para planificar tu regreso con apoyo y anticipación, y te anima incluso a hablar con tu jefe sobre cómo te está yendo mind.org.uk+2NeuroLaunch.com+2.
- La Mental Health Foundation señala que “no te castigues si es más lento de lo que pensabas; reconstruir tu rutina requiere tiempo” hrmorning.com+10mentalhealth.org.uk+10nypost.com+10.
- Si sufres sobrecarga emocional al volver, páginas como NeuroLaunch ofrecen estrategias para entender y manejar la conocida "ansiedad post-vacacional" glamour.com+9NeuroLaunch.com+9CogniFit Blog: Brain Health News+9.
Tabla resumen de lo que ahora practico (y funciona)
Momento difícil | Lo que hago | Qué cambia internamente |
---|---|---|
Nostalgia tras las vacaciones | Compartir recuerdos | De tristeza a gratitud |
Querer rendir desde el primer día | Atender solo lo esencial inicialmente | Menos presión, más claridad |
Me falta calma versus la rutina | Traer un detalle bonito del verano | Mantener presencia y serenidad |
El cuerpo se queja (cansancio, etc.) | Dormir, caminar, cuidar pequeños detalles | Más energía real, menos dependencia del café |
El espacio está desordenado | Ordenarlo y renovar algo visible | Claridad visual y mental |
Autoexigencia elevada | Recordarme que está bien ir despacio | Paz mental y realismo personal |
En resumen, la vuelta al trabajo no tiene que ser una prueba de resistencia. Puede ser un momento para redescubrir tu ritmo, tus límites y esos pequeños espacios donde la calma sigue viva. A veces lo que cambia no es la vida, sino la forma en que decidimos mirarla.Volver al trabajo después de las vacaciones es un tema del que todo el mundo habla, pero pocas veces con sinceridad. La mayoría lo resumimos en un “qué pereza” o en un “se acabó lo bueno”, como si no hubiera más que decir. Sin embargo, detrás de esa frase ligera suele haber un mar de emociones que merece la pena explorar: nostalgia, cansancio, vértigo, incluso tristeza.
No sé tú, pero a mí siempre me pasa. Cada septiembre siento como si tuviera que cambiar de piel: dejo atrás las siestas largas, los libros leídos sin prisa, los paseos a la orilla del mar, y me encuentro de golpe con correos sin leer, reuniones en la agenda y el despertador que no perdona.
Me acuerdo especialmente de un año en que pasé dos semanas en Cádiz. Cada mañana iba descalza hasta la orilla, recogía conchas y escuchaba el rumor de las olas. Una noche incluso escribí en mi cuaderno: “Ojalá poder guardar esta calma en un frasco para abrirlo en septiembre”. Pero claro, llegó septiembre y en lugar de calma me encontré con el metro abarrotado de Madrid, una oficina iluminada con fluorescentes y un aire acondicionado tan frío que parecía que estábamos en enero.
Esa primera semana volví a casa llorando dos veces. No era por el trabajo en sí, sino por la sensación de que había perdido algo muy valioso: el ritmo lento, el espacio para mí, la conexión con lo simple. Con el tiempo entendí que eso tenía nombre: la famosa “depresión post-vacacional” o “post-vacation blues”, de la que hablan muchos psicólogos (Wikipedia). Pero yo prefiero llamarlo el “jet lag emocional de septiembre”.
Lo que quiero contarte hoy no son consejos fríos de productividad, sino aprendizajes reales que he ido recopilando en estas vueltas de septiembre, a base de prueba, error y muchas conversaciones con gente querida. Porque la vuelta al trabajo, aunque siempre es dura, también puede convertirse en una oportunidad para mirarnos por dentro y elegir cómo queremos vivir el resto del año.
La trampa de querer volver “a tope”
Durante mucho tiempo pensé que el secreto era organizarme mejor. Volvía de vacaciones y me decía: “el lunes arranco fuerte, reviso todo el correo, hago todas las tareas pendientes y cierro la semana como si no hubiera pasado nada”. Evidentemente, el plan nunca funcionaba.
La realidad es que el cuerpo y la mente necesitan un tiempo para adaptarse. Igual que no puedes pasar de estar un mes sin correr a hacer una maratón en dos días, tampoco puedes volver del verano y esperar estar al 100% de un golpe. La productividad es una curva, no un interruptor.
He aprendido a darme permiso para ir despacio. Los dos primeros días los uso solo para organizarme, revisar lo esencial y ordenar mi espacio. No programo reuniones importantes ni entregas críticas. Es un aterrizaje suave, como bajar un avión con calma en lugar de estrellarlo por querer llegar antes.
👉 Esto no lo digo solo yo. La Mental Health Foundation recomienda precisamente preparar la vuelta poco a poco, evitando sobrecargas iniciales (Mental Health Foundation).
La nostalgia como aliada
Hay algo curioso que me pasa cada año: siento nostalgia incluso antes de volver. El último día de vacaciones estoy ya pensando en lo que voy a echar de menos. Y claro, cuando vuelvo, esa tristeza me acompaña como una sombra.
Durante años intenté ignorarla, como si fuera un error que había que corregir. “No seas tonta, ponte a trabajar y ya está”. Pero esa estrategia nunca funcionó. Lo que descubrí es que la nostalgia no es un enemigo, sino una prueba de que viviste algo valioso.
Ahora, en lugar de ocultarla, la comparto. Hablo con mis amigas de los viajes, enseño fotos, cocino platos que probé fuera. Convertir la nostalgia en gratitud hace que septiembre sea más llevadero. Como decía una amiga: “lo que se agradece nunca se pierde del todo”.
Mantener un pedacito de verano
Otra trampa en la que caía era separar de forma radical “vida de verano” y “vida de trabajo”. Pensaba que había un corte total: playa o ciudad, calma o estrés, helados o cafés apurados.
Pero ¿por qué no mantener pequeños fragmentos de verano dentro de la rutina? Una cerveza en una terraza entre semana, un helado aunque ya no haga tanto calor, un paseo al atardecer. Incluso detalles mínimos: cambiar de camino al trabajo para pasar por un parque, leer diez páginas al aire libre antes de dormir.
Ese hábito cambió mi forma de vivir septiembre. Ahora siento que el verano no desaparece de golpe, sino que sigue vivo en pequeñas cápsulas diarias.
El cuerpo como termómetro
No podemos hablar de paz mental sin hablar del cuerpo. En verano solemos dormir mal por el calor, comer más de la cuenta, trasnochar… Y al volver al trabajo lo pagamos.
Yo lo ignoraba: me atiborraba de cafés dobles y me forzaba a seguir como si nada. Hasta que un septiembre terminé con migrañas semanales y un agotamiento brutal. Fue entonces cuando entendí que el cuerpo no se engaña.
Hoy intento cuidar tres cosas básicas:
- Dormir más o menos a la misma hora.
- Moverme cada día, aunque sea caminar 20 minutos.
- Comer ligero al mediodía para no caer rendida en la oficina.
Puede parecer básico, pero esos pequeños ajustes han hecho más por mi paz mental que cualquier app de productividad.
Los rituales como refugio
Me encantan los rituales. No hablo de grandes ceremonias, sino de pequeños gestos que convierten la rutina en algo más amable.
Un año, después de unas vacaciones mágicas en Portugal, llevé a la oficina una concha que recogí en la playa. La puse en mi mesa y, cada vez que la miraba, recordaba la calma del mar. Otro año decidí estrenar una libreta bonita en septiembre y convertirla en mi “cuaderno de vuelta”, donde escribía pensamientos, listas y hasta frases que me inspiraban.
Los rituales son recordatorios silenciosos de que no todo es trabajo, que la vida también está hecha de símbolos, detalles y significados.
Compartir el regreso
He aprendido que la vuelta se lleva mejor cuando se comparte. En lugar de comer sola frente al ordenador, intento hacerlo con alguien de confianza. A veces basta un café con un compañero para sentir que no estás sola en esto.
Un septiembre muy duro, llamé a mi hermana y le pedí ayuda para recoger a mi sobrina algunos días. Al principio me dio vergüenza reconocer que no podía con todo, pero cuando lo hice sentí alivio. Pedir ayuda no me hizo más débil, me hizo más humana.
👉 La organización Mind insiste en esto: hablar con tu entorno y pedir apoyo es clave para cuidar la salud mental en el trabajo (Mind.org.uk).
Reordenar para empezar de nuevo
Mi primer día de trabajo después de vacaciones incluye siempre ordenar mi mesa. Es casi un ritual sagrado: tirar papeles viejos, limpiar el teclado, mover alguna cosa de sitio. Esa limpieza externa me da claridad interna.
Un espacio ordenado se convierte en un recordatorio de que todo puede empezar fresco, incluso aunque el calendario diga que solo es lunes.
La autoexigencia como enemiga invisible
De todo lo que me pesa en septiembre, lo más duro es la autoexigencia. Esa voz interna que me dice: “Tienes que rendir igual que antes, tienes que recuperar el tiempo perdido, no puedes fallar”.
Con los años he aprendido a bajarle el volumen. A recordarme que septiembre no es una carrera, sino un comienzo. Que no necesito ser brillante el primer día. Que está bien si solo sobrevivo.
Mi mantra de cada año es este: “No tienes que hacerlo todo hoy”. Puede sonar simple, pero me salva.
Tabla resumen: mi forma de suavizar septiembre
Situación difícil | Qué hago ahora | Qué cambia en mí |
---|---|---|
Primer día con demasiados pendientes | Aterrizar suave, solo lo básico | Menos frustración, más claridad |
Nostalgia por las vacaciones | Compartir recuerdos y fotos | De tristeza a gratitud |
Rutina gris y pesada | Incluir un plan “veraniego” entre semana | Siento que el verano no se acaba de golpe |
Cansancio físico | Dormir más y moverme un poco | Más energía real, menos café |
Espacio desordenado | Ordenar mi escritorio | Claridad visual y mental |
Autoexigencia | Recordar que no todo tiene que hacerse hoy | Paz mental y realismo personal |
Reflexión final
Volver al trabajo nunca es fácil. Siempre hay un choque, siempre hay un duelo pequeño por lo que dejamos atrás. Pero con el tiempo he descubierto que septiembre no es solo un final, también es un inicio. Y que la clave no está en rendir más, sino en vivir mejor.
Quizá la verdadera pregunta no es cómo sobrevivir a la vuelta, sino cómo quiero vivir de aquí en adelante. Si el verano me recuerda lo que significa sentir calma, septiembre me invita a preguntarme cómo traer esa calma a mi día a día.
No tengo la receta perfecta, pero sí un mapa lleno de señales: respirar, agradecer, no exigirme tanto, pedir ayuda, ordenar mi espacio, y sobre todo recordarme que no soy una máquina, sino una persona que merece paz incluso en la rutina.